German Ozu
Perfect Days (2023, Wim Wenders)

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Original

Permítaseme empezar con una conclusión: a nadie se le escapa que Wim Wenders ama Japón y su cultura, cosa que muestra bellamente en estos días perfectos de Tokio, sus calles, sus parques y sus aseos públicos. Por esa cotidianidad precisamente, a lo largo del metraje de Perfect Days se siente el aliento espiritual del gran director Yasujirô Ozu, con su cinematografía pausada y a menudo silenciosa. 






Ciertamente, estamos ante una película intimista y llena de sensibilidad marca de la casa y, por qué no, ante una película que merecería ser vista a solas. Su protagonista, el señor Irayama (Kôji Yakusho) lleva una vida sencilla y modesta con su trabajo de limpiador de los aseos públicos de Tokio. A pesar de que esa dedicación podría parecer desagradable, y así se lo hace saber su colega Takashi (Tokio Emoto) cuando le dice que se esfuerza demasiado por un trabajo que nadie valora, Irayama es un monje laico singular que se esfuerza por disfrutar de la belleza y sencillez de las cosas “innecesarias”. 


Así pues, el protagonista limpia a fondo los servicios públicos hi-tech de la ciudad sin cerrar los ojos a su entorno. Su mirada atenta conecta igual con los niños del parque que con el vagabundo, con los camareros de los restaurantes -a los que acude los días laborables y los domingos-, la gente de la calle, su sobrina o los árboles y plantas que subsisten en la megalópolis. En contra de lo que pudiera parecer, la obra está muy lejos de cualquier ñoñería, y es de una humanidad y de un respeto maravillosos.







A lo largo de la película, el público asiste a la rutina semanal del protagonista. Efectivamente, aquí se hace patente la maestría de Wenders a la hora de socorrer al espectador resumiendo lo que podría ser el tedio de las cosas banales que se repiten día tras día: despertarse, lavarse y afeitarse, hacer la cama, prepararse para el trabajo, limpiar, comer, etc. 


Con ese hilo conductor, entramos en la mente del protagonista a través de su afición a la música americana de los 60-70 que colecciona en el hoy obsoleto pero significativo formato de cinta-casete. Sin caer en el vicio del videoclip, el espectador tiene ocasión de comprender que todos los días pueden ser perfectos si uno se olvida de sí mismo (Perfect Day, de Lou Reed), que no es necesario hacer grandes cosas para ser feliz más que sentarse en el muelle y ver los barcos pasar (Sittin’ on the Dock of the Bay, de Otis Redding), ni son necesarios grandes cambios pues siempre habrá unos ojos azules a los que asirse (Pale Blue Eyes, de la Velvet Underground), entre otras grandes inspiraciones musicales.






Por estas razones, y por otras que dejamos a elección de cada espectador, podemos afirmar que Perfect Days es un viaje espiritual al centro del alma de su protagonista. Merece la pena dejarse impregnar por todo ese mundo interior simple pero no por ello menos misterioso y acogedor. Una última cosa, tras el visionado del film, recomendamos también callejear tranquilamente y no tener prisa por regresar a casa y, durante un rato, ser un monje laico que deambula por las calles de la ciudad. Los propios pasos harán sin duda la tarea de asentar la experiencia.



Por Agustí Lloberas del Castillo