Nolan delivers
Oppenheimer (2023, Christopher Nolan)

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Original

La cuenta atrás llegó a su fin. Arrastrando un hype a la altura de su director, y tras convertir su inesperada rivalidad con 'Barbie' en una fortaleza que ha llenado las salas, llega 'Oppenheimer', la última película de Christopher Nolan; una obra mastodóntica que viene a sacudir los cines de todo el mundo.





Sobre el papel, una biografía - por mucho que se tratara la del padre de la bomba atómica - podría parecer algo demasiado sencillo para un cineasta megalómano como Nolan, todo un maestro ya del thriller y el sci-fi más grandilocuente y apabullante. Al fin y al cabo, e independientemente de su más terrible creación, el día a día de un científico norteamericano en los años 30 no era precisamente algo trepidante. Pero el londinense se lleva esta adaptación de “American Prometheus” a su terreno, convirtiéndola no solo en una película cien por cien suya, sino en la culminación de una forma de hacer y entender el cine que ha hecho de Nolan uno de los directores más importantes de los últimos tiempos. Como le pasara a Fincher con 'Zodiac', el estilo de Nolan ha alcanzado su pico cuando éste se ha alejado de la ficción.






'Oppenheimer' es un biopic formado por tres partes claramente diferenciadas entre sí. En el primer tramo, que hace un recorrido por la vida académica del protagonista, Nolan ya saca gran parte de su artillería narrativa apoyándose en el espectacular trabajo de pesos pesados como el compositor Ludwig Göransson y el director de fotografía Hoyte Van Hoytema y un Cillian Murphy entregadísimo a la causa que hacen que una sucesión de secuencias de gente hablando sobre física y política (importante disgusto que se está llevando algún que otro ultraderechista en las proyecciones) resulten verdaderamente emocionantes. La seriedad de Murphy y la gravedad que Nolan imprime a cada plano, sumado a la fatalidad implícita en la historia que se nos está contando convierte la que debería ser la parte más formal de un biopic en una escalada de tensión aplastante.
El segundo arco cubre casi completamente el trabajo del Proyecto Manhattan. Una única (aunque enorme) localización, más personajes y mucha más exposición científica para conducirnos al clímax obvio, la detonación de la primera bomba atómica, Trinity, en el desierto de los Álamos. Si en una película histórica podría esperarse que el director dejara aparcado su gusto por el mindfuck, Nolan nos lo entrega igualmente pero de una forma distinta. La secuencia que culmina con la explosión de la bomba en el desierto es una maravilla a nivel de planificación y dirección, y el despliegue visual con el que Nolan representa la detonación – más aún sabiendo que no hay CGI - es un auténtico espectáculo digno de verse en la pantalla más grande posible. Pero el festín visual no te aleja de lo que verdaderamente estás viendo. Saber que el triunfo que estás experimentando en pantalla precedió a la atrocidad cometida en Japón (y que nunca se muestra en la cinta en una de las decisiones más arriesgadas de Nolan) pulsa todas las teclas correctas en nuestro cerebro, convirtiendo la secuencia en la más cruel jugarreta mental del director. Cuando el Oppenheimer de Murphy se desmorona tras los bombardeos de Japón es imposible no entenderlo. Nosotros hemos llegado antes.






El tercer acto, sin embargo, trae en la mano el mayor defecto de 'Oppenheimer'. Tras un clímax como el de Los Álamos, la transformación de la cinta en una especie de “película de juicios” con JFK como referente máximo, por buena que sea en sí misma, supone un cambio de marcha tan brusco que podría sacar a alguien de la película. Y no será porque, además de Murphy, no brillen Robert Downey Jr o Emily Blunt que en el último tramo de película sacan a relucir todo su potencial, o porque Nolan no se las haya ingeniado para colarnos un giro de guión y un final marca de la casa cuando no parecía que pudiera encajarse por ninguna parte, pero la duración de este acto junto al cambio de ritmo deja con la sensación de que, como el propio Oppenheimer, la cinta se resiente en su últimos momentos. 

Como estrella indiscutible de la función, Cillian Murphy se mete bajo la piel del científico representando a la perfección la obsesión primero, y el tormento después de una vida que giró en torno a la destrucción masiva. En un papel que conforme avanza el metraje se vuelve cada vez más grave y sombrío, el irlandés ofrece una interpretación no muy alejada del taciturno Tommy Shelby que se ha convertido en su personaje más célebre. Con el refuerzo de una dirección que trata cada escena cotidiana como el acontecimiento más importante de la historia, se convierte a Oppenheimer en un personaje con un peso dramático inconmensurable.





Pero como no todo es Murphy y su bomba, 'Oppenheimer' también se apoya en un espectacular reparto de actores secundarios – aunque muchas apariciones son tan breves que rozan el cameo – en el que encontramos  a otros reincidentes del cine de Nolan como Matt Damon, Kenneth Branagh o Casey Affleck y a nuevas incorporaciones entre las que destacan Rami Malek, Ben Safdie, Josh Harnett, Jason Clarke, un irreconocible Gary Oldman y por encima de todos, Florence Pugh y los ya mencionados Robert Downey Jr y Emily Blunt, las otras piedras angulares en una cinta en la que prácticamente todo pivota alrededor del personaje titular. Downey, liberado ya de su status de punta de lanza del cine de superhéroes, brilla en el segundo papel más jugoso de la cinta y se desprende de los manierismos que se convirtieron en marca de la casa en los últimos tiempos para ofrecer una interpretación contenida y en sintonía con el tono de seriedad total que impera en la película. Pugh y Blunt, dos de las mejores actrices de sus respectivas generaciones, interpretan a las dos mujeres más importantes en la vida de Oppenheimer y reclaman su espacio en una cinta en la que la presencia femenina, sea por rigor histórico o por cierto vicio recurrente de su director, se queda bastante corta. Pugh es capaz de eclipsar a su compañero de reparto en un papel que definitivamente merecía más tiempo, mientras que Blunt, una actriz todoterreno, parece estar más comedida hasta que se desata en una escena cercana al final de la película en la que se reivindica como coprotagonista.

 

Christopher Nolan, un director de rasgos (buenos y malos) totalmente reconocibles, ha depurado su estilo al máximo, liberándose de muchas de sus peores manías – hay 3 horas de conversación sobre física y ni un minuto de sobre explicación – ha conseguido encajar a un personaje histórico en su arquetipo de protagonista, y, en una especie de milagro veraniego cinematográfico, ha dirigido esta 'Oppenheimer' como si la historia real se hubiera escrito a medida para él. El director que nos llevó a Gotham, nos metió en un agujero negro, y nos presentó a un Tesla que destrozó las barreras de la ciencia, ha hecho de un momento en la vida de un personaje histórico la película que mejor resume su cine.
'Oppenheimer' ha venido acompañada de un hype enorme que quizás termine jugando un poco en su contra. Y difícilmente me atrevería a decir que sea la película más redonda de Christopher Nolan. Pero es sin duda la cinta que mejor define hoy día a un director cuyos vicios y virtudes están ayudando a dar forma al cine del siglo XXI, y, aún con sus contradicciones, funciona perfectamente como un recordatorio de por qué aún tantos salimos de casa y nos metemos en una sala de cine. A Nolan lo tendremos mucho más tiempo por aquí. Pero no van a haber muchas películas como ésta. 




Por Isaac Mora