Cristianismo extremo
Hacksaw ridge (2016, Mel Gibson)

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Original

“Hasta el último hombre” no es solo el esperadísimo regreso de Mel Gibson como director. Y desde luego no es simplemente un divertimento sangriento con el que podamos seguir especulando sobre si Gibson se ha vuelto tarumba o no. La última cinta del australiano, además de una excelente película bélica, es todo un ensayo sobre la fe -o si queremos (y se puede) extrapolar el mensaje a ámbitos que nos resulten más cómodos, los principios- en condiciones adversas presentado como más le gusta al bueno de Mel: a lo bestia.



 

La historia de Desmond Doss, el soldado que se pasó la II Guerra Mundial sin tocar un arma, es el campo perfecto para que Gibson pueda desarrollar todo lo que ha aprendido y todo lo que ha vivido desde aquel lejano “Apocalypto”. Denostado (y con razón) por una serie de chaladuras y dado por muerto artísticamente por más de uno después de verlo protagonizar algún que otro subproducto mediocre, Mel ha tragado saliva y ha contraatacado con un artefacto dotado de un mensaje tan obvio como necesario: Cíñete a tus creencias, aunque los demás piensen que eres un tarado. Y lo van a pensar. TODOS.


Esas creencias, en el caso de Doss, se traducen en una incondicional fe cristiana que, combinada con un mal recuerdo de juventud, le llevan a prometer que jamás tocará un arma y, pese a todo, alistarse en el ejército movido por la obligación moral de servir a su país y ayudar a los demás. Y serán creencias incondicionales, porque no habrá ni una sola persona, con la excepción de su pareja Dorothy, y por poco, que no sea en algún momento un obstáculo en el camino de Desmond. Él es para Gibson el único héroe aquí, un hombre de luz moralmente intachable rodeado de infieles, de brutos insensibles, de burócratas sin escrúpulos, y, en última instancia, de despersonalizados japoneses empeñados en coserlo a tiros, que tendrán que acabar rendidos ante la entereza del único hombre digno de todo el planeta Tierra.

 



 

 

“Hasta el último hombre” es hija de su padre, y su padre tiene la sutileza de un lanzallamas. Nada reprochable en todo caso, puesto que la religión y la espiritualidad siempre han lucido maravillosamente en el arte y el mensaje, y, con sus aciertos y errores, viene envuelto en un espectáculo cojonudo, donde la visceralidad de Gibson se encuentra con el buen hacer de un Andrew Garfield (“La red social”, 2010) en estado de gracia que se cala hasta los huesos de esta mezcla de tío rarito, cabezota sin límites y ángel salvador que es el protagonista de esta película. Dividida en los habituales tres actos de toda obra del género (vida anterior al conflicto, adiestramiento, infierno), “Hacksaw Ridge” no tiene problemas en visitar tantos puntos comunes como podamos imaginarnos: la fina línea entre el interés amoroso y la motivación bélica; el sargento chistoso o la paliza en los barracones. Cada uno de los clichés de película de guerra que vemos en pantalla desde “Salvar al soldado Ryan” (etcétera) con el aliciente de haber sido rodados por el tipo que puso a Jesucristo a protagonizar un torture porn. Lejos de buscar el toque propagandístico de las escenas bélicas, Gibson se ciñe a la realidad más cruda: si vas a la guerra hay un porcentaje bastante alto de que explotes, ardas hasta la muerte, o te partan por la mitad. La brutalidad con la que el director nos mete en la acción, no solo es necesaria sino tremendamente eficaz para realzar la casi mesiánica figura de un Doss, dispuesto a salvar hasta a las piedras, y para explicarle a la generación del Call of Duty que la guerra es una situación muy poco apetecible. Esta orgía de sangre y fuego solo juega en contra de Gibson cuando los personajes secundarios empiezan a volverse indistinguibles y uno cree haber visto morir al mismo soldado tres o cuatro veces. Choca particularmente que en una cinta que intenta dar un mensaje tan humano los personajes solo se presenten lo justo para que te den algo de pena al morir y los antagonistas no tengan más desarrollo que el de salir del humo y disparar a todo el mundo. Pese a huir totalmente de la propaganda, “Hasta el último hombre” cae por error en uno de sus mayores vicios: presentar al enemigo como una horda de masillas.

 

 



 

 

Todo lo contrario hace con el protagonista. Andrew Garfield se revela como el arma secreta de la cinta, con una interpretación que difícilmente podría igualar otro actor de su edad. El antiguo Hombre Araña, del que desconozco si comparte las inclinaciones religiosas de Mel Gibson, se muestra completamente convencido y convincente en un papel que no necesitaría mucho para caer en el ridículo. El viaje de Doss, de cándido pueblerino a mártir y de mártir a superhéroe dependía de la buena mano del actor que lo interpretara; por suerte, Garfield tiene el punto exacto de excentricidad para hacerlo creíble y de carisma para hacer soportable a un tipo que se pasa la película diciéndote que no sólo cree, sino que cree MÁS QUE NADIE. A su lado, Teresa Palmer (“Soy el número cuatro”, 2011) ofrece un buen contrapunto durante el primer tercio como interés amoroso en el que comparte el coprotagonismo con un inmenso Hugo Weaving (“El atlas de las nubes”, 2012) que interpreta al padre de Desmond. Vince Vaughn (“Hacia rutas salvajes”, 2007) -que al fin consigue resultar cómico...EN UN DRAMA- y Sam Worthington (“Avatar”, 2009) son prácticamente los únicos rostros conocidos en el tercio cuartelario de la película, antes de perderse entre vísceras y pólvora en el caótico clímax. Todos, conocidos o no, cumplen con su cometido, que no es otro que acompañar a Doss a su glorioso destino. Y ser peores personas que él.

Gibson, desde luego, se ha despachado a gusto con “Hasta el último hombre”. Quizás ha querido poner un poco de sí mismo en su forma de entender el cine, llevando todo al extremo, o quizás simplemente ha entendido que este era el homenaje que este momento histórico y esta persona en concreto se merecía. El caso es que quería decirnos algo y, se lo compremos o no, ha entregado el mensaje en un continente magistral. En el fondo, no hay más que la versión extrema de un mensaje básico: sé tú mismo y haz lo que debas. Mensaje que Mel Gibson se ha aplicado al pie de la letra.



Por Isaac Mora