Grandes estrellas y obras menores
¡Ave, César! (2016, Joel Coen, Ethan Coen)

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Original

Es normal que cada vez que Joel y Ethan Coen anuncian un nuevo título las expectativas se pongan por los cielos. Al fin y al cabo los hermanos de Minnesota están detrás de muchas de las mejores películas de las dos últimas décadas, en las que han demostrado que no hay género que se les resista y que no hay intérprete del que no puedan sacar oro. Pero acaparar tanta atención tiene su lado negativo y, estreno tras estreno, les persigue una sombra que parece tener una malsana fijación con ellos por encima de cualquier otro realizador. El fantasma de la obra menor.

 

 

Posiblemente todas y cada una de las películas de los hermanos Coen han sido calificadas como “menores” en el momento de su lanzamiento. ¿Menores que qué? Claro que “Crueldad intolerable” está a un mundo de distancia de “Fargo”, que una película simplemente divertida como “Ladykillers” no se puede comparar con esa locura maravillosa en perpetuo estado de gracia que es “El gran Lebowski” y que no tiene nada que ver el absurdo pseudobiográfico de “Un tipo serio” con la épica Hollywoodense de “Valor de Ley”... pero realmente nadie tiene a mano esa escala con la que su obra pueda calificarse de mayor a menor. Y aún así ¡Ave, César! queda a merced de esa etiqueta.


A medio camino entre una sátira tirando a blandita y una carta de amor a la edad de oro de los grandes estudios de Hollywood, “César” es una comedia coral – y menudo coro – con la que Joel y Ethan han querido permitirse un capricho y rodearse de un repartazo para homenajear a la industria en los dorados años 50. El protagonismo recae en Eddie Mannix (Josh Brolin), un entregado jefe de producción de los estudios Capitol que entre confesión y confesión tiene que encargarse de cuadrar presupuestos, lidiar con la prensa, esconder trapos sucios y, en definitiva, solucionar problemas. Y ¡Ave, César!, la gran producción bíblica que preparan los estudios tiene unos cuantos problemas por solucionar, como pasar con éxito por un filtro multirreligioso o el secuestro de su protagonista, el galán Blair Whitlock (George Clooney).

 


Partiendo desde ahí, la película se revela como un recorrido entre las bambalinas del estudio, moviendo la trama de Mannix y Whitlock a través de pequeñas miradas a otras producciones y a la actividad tras las cámaras. Así, en una sucesión de set pieces que casi funcionan por sí solas conocemos al estirado director Laurence Laurentz y al cowboy reciclado en actor Hobie Doyle (Ralph Fiennes y Alden Ehrenreich, la sorpresa de la cinta), a la estrella del “cine acuático” DeAnna Moran (Scarlett Johansson), el bailarín Burt Gurney (Channing Tatum) o las gemelas periodistas del corazón Thora y Thessaly Thacker (Tilda Swinton) entre muchos otros personajes -algunos que con una sola aparición casi quedan reducidos a cameos- a los que el guión de los Coen tiene más en consideración que al propio enredo. Porque el problema de ¡Ave, César! es su falta de cohesión.


Y es que, durante su visionado, es difícil encontrar algo mal: todos los actores están geniales en sus papeles, haciendo gala de esa comicidad que sólo los hermanos Coen pueden sacar de gente como Clooney o Swinton; los gags funcionan a la perfección, como el mencionado entre Fiennes y Ehrenreich; o los momentos protagonizados por Tatum, quien al fin empieza a ganar cierto reconocimiento; el magnífico diseño de producción, la música y la fotografía de los habituales Carter Burwell y Roger Deakins y el cuidado de hasta el más mínimo detalle consiguen que cada película dentro de la película sea un mundo distinto -con el musical marinero y su subliminal mensaje gay como momento estrella- y los entresijos del estudio sean el mundo más extraño de todos; así mismo, los realizadores no se han cortado a la hora de introducir sus temáticas comunes: hay religión, hay noir, hay cine, y hay un montón de idiotas con algún plan descabellado. Pero, de algún modo, no cuaja.

 

¡Ave, César! funciona como comedia y funciona como homenaje mientras estás sentado en la butaca, pero al salir, llega la sensación de que ha faltado algo. Quizás le falte la mala leche y el cinismo de sus otros thrillers, quizás sea la ausencia de un personaje fuerte que se robe la película o probablemente sea la desconexión entre escenas y subtramas lo que te hace creer que, el buen rato que has pasado en la sala, no va a perdurar mucho tiempo. O es que, como siempre dicen, esta es una película menor.

Si ¡Ave César! es lo menor que pueden hacer los hermanos Coen, bienvenida sea. Ya quisieran muchos divertir así con la mayor de sus películas. Es imperfecta y no saldría bien parada si la comparáramos con sus “hermanas”, pero ¡Ave, César! es una cinta entretenida, muy disfrutable y que merece la pena ir a ver. Al menos mientras esperamos a que los hermanos Coen saquen la película grande.



Por Isaac Mora