La intromisión de los formatos
Scott Pilgrim vs. the World (2010, Edgar Wright)

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Original

La adaptación cinematográfica de obras literarias existe desde el mismo nacimiento del cine. Sin embargo llevar a la gran pantalla las bandas diseñadas más exitosas, es un asunto relativamente reciente que hay que seguir de cerca.


Como en toda tendencia que se esfuerza por emerger, son varios directores los que han experimentado la manera más adecuada de realizar esta adaptación. Algunos muy acertados como Terry Zwigoff con la insuperable y ya emblemática Ghost World (Ghost World, 2001) o otros títulos imprescindibles como Persépolis (Persepolis, 2007), Sin City, Ciudad del pecado (Frank Miller’s Sin City, 2005) o V de Vendetta (V For Vendetta, 2005). También encontramos obras a medio camino como Kick-Ass: Listo para machacar (Kick-Ass, 2010), que desaprovecha parte de su riqueza al no llegar hasta el final con todas sus consecuencias, y otros que, víctimas de su barroquismo y su pretensión, pierden toda fuerza narrativa en el camino de la adaptación, como The Spirit (The Spirit, 2008).

Situar en este panorama Scott Pilgrim vs. The World no es tarea sencilla y provocará divergencia.

Cabe preguntarse si es realmente necesario que la película se aferre ciegamente al formato original para conservar toda su fuerza e intentar darle movimiento y sonido, o si es la obra inicial la que debería olvidar sus raíces de histrionismo y onomatopeyas, y rendirse ante las convenciones del formato 35 mm.

 

La historia ya la conocemos: chico tímido y con encanto que trata de conquistar a Ramona Flowers, una especie de Clementine Krucynski con el cinismo de Enid. Chico pelea por conseguir chica. Chico gana chica venciendo al más maligno en la última escena (o no).

Es inevitable pensar que estamos ante un relato de superhéroes, pero desde una perspectiva original, renovada, fresca y mucho más terrenal.

Sin embargo, no es en la trama donde radica el mayor interés de Scott Pilgrim, sino en su ingenio y su falta de tapujos a la hora de intensificar hasta el extremo cada plano, y su montaje, en su sentido del humor, en su cinismo, y sobre todo, en su libertad narrativa.

Bienvenidos a la sinestesia. Scott Pilgrim es una fusión casi perfecta de lo mejor del cómic con lo mejor del cine. Sonidos que no sólo se oyen, sino que también se leen y se ven, golpes palpables, movimientos precisos, imágenes que se escuchan y se pueden tocar.

La película, que no teme a los límites impuestos por su formato, provoca la sensación de desarrollarse hacia la derecha y horizontalmente, como quien pasea los ojos por el encuadre o voltea la hoja para pasar página, justo antes de pulsar el botón de Continue sobre la pantalla.

Como es de esperar en esta clase de obras, Scott Pilgrim está plagada de referencias a videojuegos, grupos de música, películas, vestimentas y determinados clichés que más allá de ser irritantes como podrían resultar para determinado público en obras como, por ejemplo, 500 (Días juntos) (500 Days of Summer, 2009), se muestran como pequeños homenajes justificados dentro de la narración.

 

En la actualidad se habla de estética videoclip generalemente como algo peyorativo. Ahora que nos encontramos en un panorama de emergencia de la estética cómic, es una responsabilidad situar este tipo de adaptación en un lugar honroso o no, y gracias a obras como Scott Pilgrim vs. The World, quizás el cine pueda dar un paso más hacia delante.



Por Paula Pérez