El espectáculo sin la magia
Jurassic World (2015, Colin Trevorrow)

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Original

     A muchos nos sorprendió que, incluso en estos tiempos en los que recuperar éxitos del pasado está a la orden del día, se anunciara una nueva entrega de “Parque jurásico”. Primero, porque la original ha resistido el paso del tiempo como muy pocas de su época y sigue siendo tan redonda como el día de su estreno, y segundo, porque sus dos secuelas casi destruyen la saga, despejando el camino para que otras temáticas les robaran a los dinosaurios el favoritismo de las nuevas generaciones. La sorpresa fue aún mayor al ver que el encargado elegido por el mismísimo Spielberg para dirigirla sería Colin Trevorrow, alguien con sólo una pequeña cinta de ciencia ficción indie en su currículum, en lugar de algún profesional del blockbuster de los que pululan por Hollywood (y ahora que está entre nosotros, podemos confirmar que ésta es la continuación que JP necesitaba).
“Jurassic World” nos presenta un interesante doble juego. No sólo es una película que va a encantar a los pequeños y que va a apelar a nuestra nostalgia descaradamente; no sólo es un estupendo entretenimiento, inferior a la original pero muy por encima de la mayoría de sus competidoras actuales; si no que, además, establece paralelismos entre parque y película, los visitantes y nosotros, los dinosaurios y el cine. 

 

 

     El parque jurásico no pudo abrirse en la primera película, pero finalmente en algún momento abrió. Y funcionó durante años. Miles de personas han pasado por isla Nublar para ver a los dinosaurios y, a día de hoy, ya no sorprenden a casi nadie. La fascinación y el amor absoluto que podíamos ver en los ojos de John Hammond cuando observaba a sus criaturas han sido sustituidos por las demandas de los inversores, los intereses publicitarios y los índices de popularidad. Y todos piden lo mismo para impresionar a un público que no se impresiona con facilidad: Algo más grande. Más malo. Con más dientes ¿No parece esto un resumen de los últimos 20 años de cine?
     En estas coordenadas, Trevorrow nos introduce en el parque de la mano de varios personajes, especialmente de los hermanos Zach y Gray Mitchell (Nick Robinson y Ty Simpkins), quienes representan a la perfección, especialmente en la primera mitad de cinta, la mirada del espectador de ayer y hoy. Zach, el mayor, no despega la vista de su teléfono a menos que vaya a hacerle ojitos a alguna chica o decida ponerse a pasear su swag por el parque -es ese tío que tienes al lado haciéndose selfies mientras lees ésto-. Gray, por otro lado, es un anacronismo viviente: se peina como los protagonistas infantiles de las películas de los 80, los primeros planos en su habitación te hacen preguntarte en qué año está ambientada la película y su nivel de conocimiento sobre dinosaurios sólo es comparable al nivel en el que lo flipa dentro del recinto con el más mínimo detalle. Él es el niño que vió la cinta de Spielberg hace ya 22 años. Los dos se unirán a su tía Claire (Bryce Dallas Howard), encargada del correcto funcionamiento del parque y a Owen Grady (Chris Pratt, que sigue haciendo méritos para Indiana Jones), el tipo que nos vendió la película corriendo en moto entre velocirraptores; un ex-militar encargado, entre otras cosas, de intentar amaestrar a estos “animalitos”. También aparecen algunos personajes cliché de este tipo de películas como “el tipo de usar lo que sea de lo que trate la peli para fines militares” (Vicent D'Onofrio),  “el millonario excéntrico que es el jefe del cotarro” (Irrfan Khan) y “el nerd que siempre tiene que haber en la sala donde hay muchos ordenadores” (Jake Johnson). Este último, aparte de como alivio cómico, sirve como inyección de nostalgia: es el fan del antiguo parque que representa al fan de la antigua película y sus apariciones son un festival de referencias al film original.



 

     Con estos personajes sirviéndonos de guías, este mundo jurásico resulta ser para nosotros lo que dice ser dentro de la película. Más grande, más malo y con más dientes. Pero menos mágico. Porque, cuando alguien dice algo como “la magia del cine”, lo más probable es que una de las primeras cosas que me vengan a la cabeza sea la aparición del primer Braquiosaurio en “Parque jurásico”. Porque era una película que, una vez llegaba a ese punto, iba a ser maravillosa pasara lo que pasara. Ni siquiera necesitaba argumento, era pura magia. Y eso no funciona hoy día. El parque ya no es el sitio que nos deja boquiabiertos en cada plano. El parque ahora es un parque temático, donde los dinosaurios pierden su majestuosidad en inundaciones de turistas, colas de acceso, anuncios por megafonía, pulseras vip y bares de margaritas. Existe para complacer a estos turistas en chanclas que hacen tres horas de cola para que sus mocosos paseen en el lomo de un bebé triceratops. Es un lugar donde se ha creado el Indominus Rex, que es más grande, malo y ruidoso que cualquier otro y, por tanto, tiene que parecerles mejor. Se le da al público lo que quiere, en ambos sentidos.


     Es por esta razón que, cuando empieza la aventura, tenemos lo que podíamos esperar: los dinosaurios dan la talla a la hora de ponerse en acción y encontramos algunos buenos momentos como el encuentro de los mercenarios con el Indominus Rex (¿un homenaje a Aliens, quizás?) o el ataque de los pterodáctilos. Sin embargo, la “royal rumble” en la que deriva el final no me pareció, personalmente, tan memorable; aunque creo que mi yo de 11 años habría saltado de emoción en el asiento. Tampoco nos vamos a encontrar una revolución del CGI, pero tanto los efectos digitales como el 3d cumplen su función, al menos, sin molestar. De nuevo, nada de quedarse boquiabiertos, pero compensan la falta de asombro con una buena sucesión de set pieces de acción desde que arranca el nudo hasta el desenlace. El paso puntual de los protagonistas por varios de los escenarios clave del film original es (como cuando las partituras de Michael Giacchino se desvían de su camino para transformarse en las legendarias notas de John Williams) claramente un golpe bajo para que la añoranza nos diga que la película mola. E, incoherencias y deus ex machinas aparte, hay que admitir que funciona. 

 

 

      Como también funciona el reparto. Chris Pratt (“Guardianes de la galaxia”, 2014) se encuentra con un papel hecho a medida, que bien sabrá utilizar como otro punto a favor en su carrera para convertirse en nuevo rey del cine de aventuras. Bryce Dallas Howard (“Criadas y señoras”, 2011) lo tiene más difícil, con un personaje mucho menos agradecido por tontorrón y propenso a caer en todos los tópicos estúpidos que podamos esperar (lo de su maestría en el uso de los tacones está trascendiendo más que su propia actuación) mientras que los jóvenes Robinson y Simpkins no resultan tan repelentes como suelen ser los niños en este tipo de cine. Conducen su trama (la más forzada) con soltura y nos recuerdan que nada fortalece más a una familia que ser perseguidos por un dinosaurio mutante (obviamente). El resto del reparto queda relegado a manidísimos arquetipos, especialmente D'Onofrio (“Chained, 2012”), que mantiene el punto turbio del que hizo gala en “Daredevil” para un papel tan tontorrón que no podían dejar fuera. De todas formas, al fin y al cabo, todos hacen que la rueda gire.


     Por su parte, Colin Trevorrow demuestra que puede manejarse en un blockbuster que no ha reparado en gastos y que al día de escribir esta crítica ha pulverizado la taquilla. Habiendo colaborado activamente en la escritura del guión, imprime en éste su toque personal para emplear un tono más convencional tras la cámara. Buena mano en las escenas de acción y sabia elección de la cinta de 35mm para recalcar lo que nos lleva diciendo desde el principio: “quiere que Jurassic World sea un nuevo clásico”.

 

     Concluyendo, “Jurassic World” no es “Parque jurásico”, como Trevorrod no puede resistir una comparación con el mejor Spielberg (y, realmente, ¿quién puede?), pero sí es una digna secuela que ha sabido adaptarse a los tiempos que corren y, lo mejor, hablar sobre ello. Para ello, han sacrificado la parte amable en pos de las emociones fuertes, como deja claro el propio prólogo, enfocado a meter miedo. Han cambiado el corazón por unas cuantas filas más de dientes, pero quizás eso es lo que necesita hoy la gente para asombrarse. Es poco probable que aguante tan bien el paso del tiempo como la original, pero al menos ha añadido algo de dignidad a una saga herida de muerte. Y, viendo los resultados de taquilla, podemos volver a decir que en 2015 los dinosaurios vuelven a dominar la Tierra.




Por Isaac Mora