Lo nuevo de Woody Allen, filosofía sin pretensiones
Magia a la luz de la luna (2014, Woody Allen)

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Original

     Woody Allen (“Manhattan”, 1979) nos trae un debate filosófico vestido de comedia romántica ligera que acierta en forma y contenido. En él, Colin Firth (“El Discurso del rey”, 2012) interpreta a Stanley Crawdford, un exitoso prestidigitador a quien le encargan la tarea de desenmascarar a la supuesta médium Sophie Baker, Emma Stone (“Bienvenidos a Zombieland”, 2009). En una lucha continua por mantenerse escéptico ante los “poderes” de la Srta. Baker, Stanley se enamora de ella, dando lugar a los dos principales conflictos de la película: la racionalización del amor y la racionalización del más allá.

 

     La película se desarrolla de manera fluida y ortodoxa, sin grandes sorpresas. El espectador se deja mecer entre jardines, fiestas y parajes del sur de Francia mientras sus personajes debaten acerca de muchos de los temas estrella de Nietzsche, entre ellos la existencia de Dios.
     Como era de esperar, el peso de la narración recae sobre los diálogos vigorosos e ingeniosos de la pareja principal pero, ante esta prueba de fuego, uno de los dos intérpretes aguanta y el otro falla. La actuación de todos los intérpretes resulta correcta excepto en el caso de la protagonista femenina; Emma Stone no saca todo el potencial que su personaje puede ofrecer y se la ve encorsetada e insegura. Destaca, sin embargo, como viene siendo habitual, un magnífico Colin Firth que sabe explotar a la perfección todo el sarcasmo y la complejidad de su personaje, haciendo que casi cada una de sus frases parezca un comentario impertinente.

     En lo tocante a lo visual, no hay demasiados aspavientos, la película no los necesita. Destaca un sosegado montaje que deja respirar al espectador en todo momento y un correcto uso de la iluminación y del encuadre que permiten disfrutar de las espléndidas localizaciones. Mención aparte merecen la elección de la música y el vestuario, ambas realmente acertadas.
     Con el paso de los minutos, tras los ingeniosos diálogos y los monólogos reflexivos ante la costa del Mediterráneo, uno se da cuenta de que la historia es meramente anecdótica, le falta acción y vivacidad (en términos filosóficos). El no arriesgar en ningún momento hace que de llevadera la película pase a ser previsible, apenas un par de giros argumentales destacables la convierten en mediocre y por encima de todo lo demás, la alejan del máximo potencial que Woody Allen nos puede llegar a mostrar.

    El genio de Brooklyn satisface pero no impresiona, quizá Allen ha cerrado definitivamente su etapa más prolífica o quizá, como al protagonista del film, no se le dé bien ser optimista.



Por Carlos Hidalgo Castro