Mostrar y tratar sin aportar
La herida (2013, Fernando Franco)

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Original

 

        Mostrar un trastorno mental en el cine no es muy inusual, se ha visto en numerosas cintas y empieza a causar desasosiego, algo que no es aconsejable causar al espectador y de lo cual se hablará más adelante. Tratarlo correctamente sí que parece costar un poco, pero algunas excepciones, como La herida, aciertan de pleno y muestran un síndrome de manera perfecta. Aun así, mostrar y tratar cualquier tipo de trastorno debe hacerse con una o más intenciones en particular; usar el problema para que un personaje haga algo en particular, criticar el entorno ignorante del personaje afectado o, lo más difícil, aplicar una solución o lo más cercano a ella y ser optimista. Lamentablemente, al parecer, ser pesimista agranda una película.

 

        La herida muestra y trata el trastorno de la personalidad-límite (borderline) con dos de esas intenciones pero no aplica una solución, sino que hace un hincapié excesivo en el entorno de la protagonista, Ana, que es incapaz de ver y notar su propio problema. Puesto sobre la mesa este punto, no se repetirá más, pues lejos de ser el principal aspecto negativo de la película, es una decisión tomada por Fernando Franco (La media vuelta, 2012) para hablar de la grave desinformación acerca de este y, probablemente, de otros trastornos de la personalidad.


 

        El aspecto negativo principal es que la cinta tiene un ritmo lento. Éste aspecto no es malo por sí solo, pero si cuando no es lo adecuado para la historia que se muestra. No es necesario pues no es así como parece sentirse la protagonista en muchas de las escenas y provoca tedio que se puede contrarrestar con el interés que puede haber hacia el personaje principal, interpretado de manera excelente por Marián Álvarez (Lo mejor de mí, Roser Aguilar. 2007).

 

        Con La herida se sufre lentamente,y, sin embargo, se corta a negro en un momento aleatorio, pues lo más probable sea que Ana continúe durante gran parte de su vida sin que nadie se percate de qué le sucede. En definitiva, no se narra ninguna historia en particular: no hay planteamiento, ni nudo ni desenlace. Sólo se enseña una pequeña parte de la vida de Ana, retratada técnica y artísticamente de manera correcta mas sin ningún punto a destacar ni alabar excesivamente, sin llegar a ninguna conclusión. Por añadidura, intencionadamente o no, todo se ve de manera fría, como si fuésemos los propios amigos o familiares de Ana, algo que provoca una indiferencia peligrosa.

 

        Queda ambiguo cuál es el objetivo del film. Puede ser, como se ha mencionado, criticar la incapacidad de identificar este trastorno y sus raíces por parte de las familias y amistades de una persona como Ana. O quizás una crítica hacia nosotros, espectadores de la vida de una persona a la cual podemos no comprender y llegar a parecernos tonta. En ese caso también puede haber habido un acierto y de los gordos. Pero, ¿qué hay que hacer cuando acabamos de ver a alguien con un problema que no se ha buscado y nos sentimos incapaces de hacer algo al respecto?

 

        La intención de Franco con La herida es muy buena y honesta, pero con ella solamente nos muestra un problema desde su correcta documentación sin exponerla al espectador; éste ha de sacar sus propias conclusiones y son más bien pocas. Es muy posible que alguien vea la película, no comprenda qué le sucede a Ana y la califique de fallida por ello. De todas formas, es probable que La herida no aporte nada salvo procurar fijarnos uno a uno en nuestros conocidos a ver si padecen trastorno límite de la personalidad.

 

        No es esencial ser pesimista, contar algo con ritmo lento y romper estructuras narrativas para que una película sea excelente. Cuando éstas características parecen ser vitales se respira una ligera pretenciosidad no intencionada. La herida no es ni una mala película ni una buena película, es un ejercicio que acierta en algunos puntos y falla en otros. Aun así, se agradece enormemente que se trate un tema como éste cuando se sigue escuchando la frase “los psiquiatras son unos sacacuartos”.



Por Iban Granero