Segunda parte de la crónica y palmarés del TIFF 2014

      La segunda mitad del festival estuvo marcada por la más absoluta tranquilidad. Pasados los primeros días de fasto y suntuosidad, el festival, como viene a ser costumbre en este tipo de eventos, se sosegó, adquiriendo ese aire cuasi monacal que acompaña a las proyecciones de la filmoteca. En las sesiones empecé a reconocer a ciertos habituales que se hacían siempre presentes. Casi ya al final del festival, y por la afortunada casualidad de fichar justo después de él en la rueda de prensa de “Parasyte”, tuve la suerte de conocer a José Montaño, crítico de cine especializado en cine Japonés contemporáneo envíado por nuestros amigos de Cine Asia. Las conversaciones que tuvimos fueron especialmente enriquecedoras para un neófito como el que os escribe.


Dentro de esta segunda mitad, las obras que tuve la oportunidad de visionar fueron:

 

Los Hongos (Oscar Ruiz Navia, Colombia/Francia/Alemania/Argentina, 103’, Competition):

    Retrato generacional de la juventud Colombiana en Cali. Podría hermanarse en función fílmica a películas como “Paranoid Park” o “Historias del Kronen”. Lejos de idealizaciones nostálgicas, el film nos hace un retraro fiel, aunque no exento de amor y cariño, de las culturas más underground de la ciudad. El viaje lo hacemos acompañados de Ras y Calvin, dos entrañables grafiteros adolescentes. En el trasfondo del film, una crítica hacia un gobierno que ningunea e ignora a sus más brillantes y creativos jóvenes.



    Fresca y actual, destaca también en su aspecto formal. La cinta toma préstamos del documental, y abunda en cámara en mano y montaje picado. Esto es especialmente apreciable en los diálogos, que en ocasiones parecen casi entrevistas. Usa también mezcla e intrusión de medios, como pueda ser internet.

    Al final de la sesión, y aunque no tuve oportunidad de asistir a la rueda de prensa, pude intercambiar unas palabras con el director, Oscar Ruiz Navia. Extremadamente amable, surgió una breve camaradería entre hispanohablantes en suelo Nipón que sorpendió a los siempre formales Japoneses.


36 (Nawapol Thamrongrattanarit, Thailandia, 96’, Crosscut Asia):

    Mi gran descubrimiento del festival. Película de pocos medios, discurrir tranquilo y elegantemente sutil. En 36 planos fijos de encuadre aparentemente no compuesto y puesta en escena de cariz espontáneo, la película cuenta un episodio vital de especial relevancia en la vida de Sai, una “location scout” que trabaja para una pequeña productora local. Aparte del planteamiento formal, no hay ningún elemento en esta película que debiera resultar atractivo sobre el papel, pero el savoir-fare del director hace que el resultado enamore. Sigue la tendencia actual y se engloba en los films que cultivan el metacine, ya que los personajes no dejan de ser profesionales del sector y el telón de fondo es la preproducción de una serie de films.


    De unos años a esta parte, el cine Thailandés viene siendo comentario habitual entre cinéfilos. Después de ver este film, se entiende muy bien por que. Altamente recomendable.



The Conection (La French, Cédric Jimenez, Francia, 135’, Competition):

    Cuesta creer que una obra tan madura es tan solo la segunda obra del director, Cédric Jimenez. Estamos ante un biopic al más puro estilo film noir que narra la lucha que mantuvo el magistrado Pierre Michel contra el narcotráfico en la Marsella de la década de los 70’s y 80’s. Obra de gran presupuesto y duración que, junto con su codificación netamente genérica, le confiere vocación de salas comerciales. Magistral el duelo de interpretaciones entre Jean Dujardin (Pierre Michel), a quien ya conocemos de The Artist, y Gilles Lellouche (Gaëtan Zampa), que nos evocan a la pareja De niro/Pacino en “Heat”. Remarcables cualidades narrativas.

 

Reality (Réalité, Quentin Dupieux, Francia, 87’, World Focus):

    El autor de “Rubber” vuelve a la carga con una obra igual de extravagante pero quizá aún más compleja. En un mismo film aglutina ejercicios de surrealismo, metacine, auto-homenajes y juegos con el expectador. Además, en la cinta, el director no se priva de ejercer una crítica satírica y mordaz sobre la industria cinematográfica e incluso sobre él mismo. Todo esto hace que el conjunto sea una obra muy compleja y sorprendente que invita a un visionado muy profundo o, simplemente, a un dejarse llevar y disfrutar sin preguntarse demasiado.

    La invasión de lo orgánico por parte de la tecnología de Cronenberg y la superposición onírica de realidades de Lynch también se reunen en este film. Intentar explicar el argumento es tarea inútil. Tanto más cuanto que muy pronto el film toma vida propia y abandona la historia propuesta para deambular sin rumbo fijo entre las distintas tramas.



100 Yen Love (百円の愛, Masaharu Take(武正晴), Japón, 113’, Japanese Cinema Splash):

    Es una comedia hasta que se convierte en una historia de superación personal. Lo más fácil para explicar este film sería que durante la primera mitad es “Clerks”, pero que luego se convierte en “Million Dollar Baby”. El film hace buen uso de ese esperpento que viene siendo tendencia en el cine Japonés de los últimos años y cuyo máximo exponente serían las obras de Hitoshi Matsumoto (松本人志). Ichiko, interpretada magistralmente por Sakura Ando (安藤サクラ), es una nini que ha de hacerse cargo de su vida. Chapucera al principio, se forjará poco a poco una personalidad que, si bien no le llevará a triunfar en esta vida, le hará al menos reconciliarse consigo misma. El film goza de un regusto agridulce que la sitúa en la tendencia actual de denuncia social hacia la condición de la mujer en las clases menos provilegiadas del Japón actual.

 

RUINED HEART: Another Lovestory Between A Criminal And A Whore (PUSONG WAZAK: Isa Na Namag Kwento Ng Pag-ibig Sa Pagitan Ng Puta At Kriminal, Khavn, Filipinas/Alemania, 74’, Competition):

    Que el director Khavn sea ganador del premio Palanca de poesía no extraña en absoluto puesto que este film, de nombre más largo que un día sin pan, es más una poesía en formato audiovisual que una película al uso -aunque si poesía fuera, estaríamos más cerca de las obras de Baudelaire y de Bukowski que de algún poeta edulcorado al uso-. La obra, narrada sin diálogos y montada a ritmo de una música que compone el propio director, es perversa hasta límites insospechados. Los valientes que se adentren en la cinta, que anden avisados que van a ver todo tipo de transgresiones visuales provistas de una amoralidad ejemplar. Y el caso es que lo más paradójico de todo es que toda esta colección de atrocidades parece narrada desde una ingenuidad casi infantil que le confiere un carácter nostálgico y evocador.


    Atención, que la fotografía corre a cargo de ese enfant terrible que es Christopher Doyle, director de fotografía habitual de Won Kar Wai y colaborador de Gus Van San y Zhang Yimou. Para este film hace una propuesta muy casual a la vez que colorista que sincroniza bien con las líneas generales del film.

    El argumento? Viene perfectamente codificado en el título.

August In Tokyo (愛の小さな歴史, Ryutaro Nakagawa(中川龍太郎), Japón, 80’, Japanese Cinema Splash):

    Pequeño drama agridulce bien contado. Interesante ejercicio de montaje que narra dos líneas argumentales paralelas convergentes hacia una tercera. El tema central de la película es la redención, así como la pérdida irreparable. Es interesante ver como montan las dos líneas paralelas de manera que parecen sostener un diálogo entre ellas, de tal manera que al final trazan una sola historia.

    Natsuki vive con el fantasma de los maltratos de su padre. Natsuo es un yakuza de medio pelo en cuya conciencia pesa el haber abandonado a su hermana. Ambos se harán cargo de las personas rotas que dejaron atrás para poder reconciliase consigo mismos y dar un paso hacia el futuro.



Nabat (Elchin Musaoglu, Azerbaijan, 106’, Competition):

    Drama sobrio y de discurrir lento que por momentos ralla el melodrama. Aquellos que gusten del cine contemplativo podrán disfrutar de una película con una bella fotografía.

    Nabat es una anciana que decide no abandonar su pueblo natal cuando el frente bélico se establece en las cercanías. Con su marido muerto, la mujer vive en un pueblo fantasma bajo la amenaza de ser convertida en una baja colateral, merced de algún proyectil extraviado. De marcado cariz antibelicista.

 

Sivas (Kaan Müdeci, Turquia/Alemania, 97’, World Focus):


    Ópera prima del realizador Kaan Müdeci, la cinta en clave de cuento y sin moralinas baratas aborda un tema de especial complejidad: La lucha de perros. A través de Aslan, un niño de 11 años que establece una relación especial con el perro de pelea Sivas, podremos ser testigos de excepción de los entresijos de esta práctica.

    A destacar la habilidad con que el director lidia con dos de las bestias negras cinematográficas: perros y niños.

 

The Mighty Angel (Pod Mocnym Aniotem, Wotjek Smarzowski, Polonia, 110’, Competition):

    Perturbadora cinta que narra el descenso a los infiernos alcohólicos de Jerzy, un célebre escritor. A partir de la premisa, y sin moraleja aparente, el director nos hace todo un paseo por el circo de los horrores que supone el mundo del alcohólico. Las visitas reiteradas al centro de rehabilitación, la degradación de la vida social, la incapacidad de consolidar una relación estable...

    Los alcholicos que pueblan el centro de rehabilitación son triste y esperpénticos, pero a la vez maravillosos y entrañables.

    El mayor valor de la película reside en como la forma acompaña a la narrativa, de manera que según el paroxismo alcohólico va en aumento, abandonamos la diégesis para sumergirnos en un mundo confuso y etílico. Las escenas se montan y entremezclan, personajes reales e imaginados conversan. El director solo nos permite volver a poner los pies en el suelo cuando lo hace Jerzy, es decir, en las pocas ocasiones que está sobrio.

    Buen film, aunque es mejor afrontarlo un día en que se tenga la moral alta.

Parasyte (寄生獣, Takashi Yamazaki(山崎貴), Japón, 109’, Special Screening):

    De la mano del director del “Stand By Me Doraemon” y “Space Battleship Yamato” nos llega en premiere mundial una de las películas más esperadas del festival. Que Takashi Yamazaki ha tenido larga trayectoria como supervisor VFX es obvio por lo acertado del uso de los efectos digitales. No se pilla los dedos nunca, y sabe sacarle toda la tajada posible al recurso. El resultado es un tokusatsu (特撮) de alta factura que hará las delicias de los amantes del género. Aún así, durante la rueda de prensa, el director mostró su especial preocupación por mantener el alegato ecologista del manga del que proviene. A tal fin, estaba contento de haber recuperado los derechos de la obra, ya que parece ser que en algún momento pasaron por los grandes estudios de Hollywood. Visto como han ido otras adaptaciones de obras Japonesas en USA, yo también comparto el alivio.

    Shinichi Izumi, interpretado por el actor en alza Shota Sometani (染谷想将太), es un joven estudiante de secundaria condenado a ser infectado por un virus inteligente y socialmente organizado de procendencia difusa. Debido a un accidente, el virus no toma posesión de Shinichi, sino que se fusiona con él y pasa a habitar su mano. Lo que iba a ser un parasitismo, se torna simbiosis, convirtiendo al dúo Shinichi/Migi en el único individuo capaz de reconciliar a las dos especies, aunque esto suponga para muchos un peligro letal que debe ser eliminado.

    Durante la rueda de prensa, el reparto se mostró cordial y emocionado ante las posibilidades del film. Aún así, por el carácter local de la película, el director puso en duda su distribución a salas comerciales internacionales. El film contará con una segunda parte que cerrará el hilo argumental abierto en esta obra.

 


Attack on Titans -the first part-(劇場版「進撃の巨人」前編~紅蓮の弓矢~, Tetsuro Araki(荒木哲郎), Japón, 120’, Special Screening):

    Esta obra no es en realidad un nuevo film, sino un remontaje de los 12 primeros capítulos de la primera temporada del popular anime Attack on Titans (進撃の巨人) para su adaptación al formato fílmico. A pesar de ser animación limitada, el metraje aguanta bien en su paso a la gran pantalla si hacemos la vista gorda a los planos generales, que son, en realidad, imágenes fijas dotadas de paneos varios.

    Aunque la cinta no aporta nada nuevo, el film hará las delicias de los fans más acérrimos. También puede ser una buena manera de iniciarse a los neófitos de la saga.


Epílogo del TIFF 2014

     En conjunto, el festival ha ofrecido una selección variada y acertada de propuestas que destacan por lo sorprendente e innovador, aunque sin descartar obras de corte más clásico. En líneas generales, se ha notado una marcada tendencia hacia metrajes más cortos. Si bien venía siendo costumbre estandarizar los films alrededor de los 120’, ahora los films vuelven a durar de media entre los 90’ y los 100’. El otro gran factor destacable es el gran nivel técnico en lo que se refiere a fotografía y montaje.
     Con respecto a las películas premiadas, pasó lo que me temía que pasaría. A pesar de ver casi la totalidad de las obras a competición la premiada por el jurado, “The Lesson”, se me quedó fuera de parrilla. Invito a todos los lectores a recuperar la cinta Griego/Bulagara como haré yo tan pronto me sea posible. Por lo demás, la película seleccionada por el público fue “Pale Moon”. Aunque habían muchas otras propuestas atractivas, hay que reconocer que la cinta destacaba por méritos propios. La contribución de su actriz, Rie Miyazawa, tampoco pasó desapercibida, ya que fue premiada como mejor actriz de la presente edición. El premio al mejor actor recayó en Robert Więckiewicz, por su interpretación del alcohólico Jerzy en “The Mighty Angel”. La innovadora “Test” se llevaba el premio a la mejor contribución artística. El premio al mejor director, complicado como estaba, recayó en los directores Joshua Safdie y Benny Safdie, responsables de otra obra que se me escapó, “Heaven Knows What”. “100 Yen Love” consiguió el premio en su categoría, Japanese Film Splash. Como ya se anunciaba de antemano se le concedió sendos Samurai Award a Takeshi Kitano y Tim Burton, por toda una carrera de contribución al medio fílmico.
     Y así llegó a su fin la presente edición del festival. Con esa eterna nostalgia que embarga cuando se acaba un evento de tales características, abandoné la Roppongi Mori Tower esperando fervientemente poder asistir nuevamente el año que viene.



    



Por Juan Vilató