Si bien el anterior artículo se centró en el empoderamiento y la diversidad de género, sin pretensión alguna de insinuar que no se trata de activismo, en este segundo escrito nos centraremos en films con contenido crítico social, de cariz más genérico e incluso universal.
La última obra de Ion de Sosa, Balearic, se presenta en el Festival para deslumbrarnos con el sol isleño.
Con reminiscencias Buñuelescas y sin perder el toque autoral del realizador nacido en San Sebastián, este film combina surrealismo y decadencia alrededor de unas piscinas, como hiciera en su momento “El nadador” (1968). Con esta premisa, el film se estructura en dos partes para un todo, el inicio y el final del ciclo vital se pervierten y constituyen un sinsentido aterrador. Las expectativas acomodadas devienen en inocuidad burguesa y un patetismo insufrible. Mientras los diálogos de los jóvenes se centran en estudios y diversión naif, los adultos parecen autómatas y se comportan como si la edad no les hubiera llegado. La secuencia final, lo que ha de despertarnos como humanos perdidos en la nada ¿es un clamor a la razón?¿o un simple grito previo a la ineludible desaparición?
Para voz reivindicativa que llega al inframundo, Un fantasma útil de Ratchapoom Boonbunchachoke.
Este maravilloso film hace gala de la increíble capacidad de convertir un cuento romántico de fantasmas en una rabiosa y justa vendetta hacía las atrocidades cometidas por el poder. Como es bien sabido, un fantasma es aquella alma que ha dejado algo por hacer en el mundo de los vivos, y mientras éstos la recuerden, podrán manifestarse físicamente y si así lo desean, poseer objetos. De una forma surrealista, al tiempo que creíble, somos testigos de cómo electrodomésticos se intentan comunicar y lo consiguen con aquellos que están dispuestos a escuchar. Un fantasma útil está narrada por un reparador a domicilio que siente el impulso de explicar esta trágica historia a un joven; la historia de cómo, por amor, Nat vuelve a los brazos de March en forma de aspiradora, de cómo March no solo no la rechaza sino que se enfrenta a los prejuicios de su controladora familia, de cómo Nat, para mantenerse en este mundo, pierde el baremo y ayuda a “eliminar” recuerdos de compañeros y con ellos la trascendencia que ello conlleva para las personas así como para la historia de la sociedad, de cómo el poder pervierte y barre sus suciedades sin piedad, de cómo el amor se vuelve decepción y finalmente, de cómo ni se perdona ni se olvida.
Un fantasma útil deviene una excelente forma de tratar un tema delicado como la memoria histórica, y de paso hacer un repaso de la coyuntura Tailandesa y se atreve a hacerlo desde el fantástico, mostrando un amor sin moralismos (y no solo se halla en March) y brindando un final sórdido y consecuente. Impresionante inicio de carrera en el largometraje.
Y de un debutante en el largo a otra, Annapurna Sriram con su Fucktoys.
Protagonizada y guionizada por la misma directora, esta distopía camp sigue las andanzas de AP, una trabajadora sexual a la que le han echado una maldición y necesita conseguir mil dólares para un ritual de saneamiento. En sus desventuras se reencontrará con Danni, un espíritu libre que la ayudará en su objetivo. El activismo de Fucktoys radica en su misma estética, en la diversidad y libertad sexual que exuda y en su manera colorida de quebrar la moralidad imperante. Su desarrollo es errático en el buen sentido y su desenlace es absolutamente coherente, desestabiliza toda expectativa y se lleva a su terreno a las espectadoras, algo que incomode o no es de un valor extraordinario, en el sentido más etimológico de la palabra.
Y para valor con creces, No Other Choice de Park Chan-Wook.
La espectacular carrera del director coreano se caracteriza por su cuidada estética, crudas historias y su estudio de la violencia con un ácido humor negro a lo que se le suma una crítica social sin parangón. En este homenaje a Arcadia de Costa-Gavras sublima su mensaje y nos plantea, a través de un thriller laboral, las consecuencias de la hegemonía capitalista. El título ya es toda una declaración de intenciones, pues, para mantener su estatus, el protagonista no ve otra alternativa que eliminar a sus competidores de un futuro puesto laboral, no se trata de un impulso asesino sino una acción por la supervivencia, pero una hacia un mundo que ha perdido el rumbo. La humanidad parece desdibujarse cuando tu meta es no perder un trabajo que carece de sentido y para conseguirlo has de abandonarte a la oscuridad en la que nos empujan entidades que sólo ven números y formas de crecer sin contemplaciones, ciegamente. La sensación final es de desasosiego ante un futuro individualista y sin empatía en el que cualquier persona con buenas intenciones desestima rápidamente sus convicciones en pro de un bienestar vacío. ¿Podremos elegir?
La larga marcha de Francis Lawrence intenta dar respuesta a la anterior pregunta.
Basada en la novela homónima de Stephen King, esta distopía nos traslada a un futuro en el que “para motivar al pueblo” se celebra una marcha en la solo sobrevive quien aguante más andando. Así, al puro estilo de los juegos del hambre, el estado escoge un grupo de jóvenes de diferentes lugares para entretener a las masas en este cruel concurso con el incentivo de que el superviviente puede escoger el premio que desee. Las reglas marciales distan enormemente de cualquier consideración ética y moral, pero las dictaduras suelen tener este deje.
Salvando distancias, pues por ser fidedigno al libro se han obviado contextualizaciones pertinentes, como la insultante estereotipación de los “concursantes” que poco procede contemporáneamente, el film quiere dejar patente que hay esperanza y que por mucho que te pongan al límite, solo necesitas amor y confraternización para realizar el sacrificio máximo a favor de un mañana mejor. Ahora bien, el regusto resultante es algo agridulce, quizás estamos en el camino o quizás la marcha es tan larga que no atisbamos la meta.