Cobertura Sitges22. Fase III


Family dinner abre la nueva jornada.




Dirigida por Peter Hengl, esta fría cinta nos encierra en una dieta carente de razón contextualizada en Austria. 


Una adolescente quiere ser parte de la sociedad aceptada y decide pasar unos días con su ex tía política con el firme propósito de perder peso. Una vez en la casa, la dinámica familiar y los propios habitantes, a los que se suman el hijo de ésta y su nueva pareja, difieren de un ambiente saludable. Su estricta forma de vida crea situaciones angustiosas y difíciles de soportar para alguien ajeno, pero todo vale en pro de tener una figura aceptable… Hasta cierto punto.


Más allá de la aparente denuncia social, el film deriva en cómo algunas creencias pueden llevar a las personas a actos aberrantes, propios de tiempos, digamos, menos civilizados. Una locura en su sentido de pérdida de rumbo dentro del caos que parece dominar la contemporaneidad.  



Continuamos con We Might as Well Be Dead (Dir. Natalia Sinelnikova).




El argumento de edificio o espacio aislado da mucho de sí en el género y últimamente parece haber proliferado debido a la reciente pandemia y sus efectos psicológicos. 


En un futuro distópico donde el peligro amenaza las vidas de aquellos sin un hogar vigilado, Anna es jefa de seguridad de un edificio autosuficiente en el que solo puede acceder para vivir pasando unas regias pruebas de admisión. Todo aquel elemento que cree inadaptación o trastorne la aparentemente idílica comunidad es motivo de expulsión. La analogía está servida y cuando la protagonista se aparta de la paranoia que se gesta en el lugar, su destino peligra.


La inmigración es el tema que parece esconderse tras el argumento asfixiante del film, empero los actos a la desesperada de sus personajes dejan un mal sabor de boca y cierta desesperanza.


 

En otro orden de cosas tenemos Piaffe de la directora Ann Oren, toda una apuesta.





Nacida de una artista visual brota este peculiar film dotado de un argumento por lo menos, provocador. Una chica introvertida se responsabiliza del trabajo de una pariente ingresade, crear el sonido de un anuncio publicitario protagonizado por un equino, esta tarea la empuja a explorar dentro de sí misma hasta el punto de desarrollar una cola de caballo en su propio cuerpo. Todo ello amenizado con una explosión sexual fuera de la norma con conceptos de sumisión y dominación.


Hasta ahí, todo correcto y por supuesto un excepcional trabajo que se separa de todo lo establecido en el cual o entras o no entras para nada. Las escenas íntimas fluyen notablemente y aunque todo te lleve a un momento de olla de presión, es sin duda digno de dar una oportunidad.



Otro alegre descubrimiento lo hallamos con Jerk (Dir. Gisèle Vienne).




 

Basado en la obra de teatro de igual título y protagonizado también por el excepcional Jonathan Capdevielle, el film nos cuenta un crimen real con títeres.


Se da el caso curioso que el propio actor principal es al mismo tiempo, uno de esos títeres e interpreta a uno de los tres asesinos adolescentes que durante los años setenta secuestraron, violaron, asesinaron y profananaron los cuerpos de una serie de chicos de su edad. A la postre, también se dieron el lujo de registrar los macabros eventos en video. Con este plantel, el actor nos pone en situación a lo “solo ante el peligro” y casi de inmediato nos adentra en las horrendas situaciones. 


El gran logro del film es, no solo su forma de mostrarnos los hechos, sino el ambiente sórdido que se genera así como la fría brutalidad con que se expresa. La reiterada rotura de la cuarta pared se siente como una de las cuchilladas que se asestaron en aquel sótano y esto, tan solo, con una persona sentada en una silla y tres muñecos. Brillante.




Cerramos esta jornada con la joya de Leonor will never die dirigida por Martika Ramirez Escobar.

 


   



Estamos ante una meta, meta, meta película cinematográfica filipina dirigida con mucho cariño. De saque, qué más se puede desear.


Y efectivamente, no decepciona pues esta oda al cine nos engancha desde el minuto cero. Leonor es una artista entrada en años que otrora dirige películas de acción, tras no poder continuar con su pasión su presente no es nada halagüeño y sufre penurias económicas, eso sí, sin dejar de alquilar películas y vivir en cierta forma, dentro del cine. Y esto es precisamente lo que fantásticamente le ocurre tras un accidente, se mete literalmente en su guión inacabado. No contentos con esto, presenciamos de vez en cuando el making off de este film así como escenas de la creación de la película que lo engloba todo. 


Una maravilla entrañable que culmina a lo grande, con un grito de ¡viva el séptimo arte y los artistas que le dan luz! 

    


Llegamos al martes 11 y con él nos lanzamos a La Piedad (Dir. Eduardo Casanovas).





Con una estética propia, digna de alabanzas Almodovarianas, la película versa sobre el absoluto control de una madre sobre su hijo en tono irreal y el paralelismo de esto con la actual dictadura de Corea.


A partir de aquí, el film se desarrolla alrededor de este concepto, con una excepcional Ángela Molina ejerciendo el brazo de hierro sobre su entorno hasta el punto de crear una dependencia totalmente insana con quien se acerca demasiado a su halo y llegando a límites fuera de toda razón. Lo que sorprende es la incursión de estas imágenes reales de la del país coreano pues contrasta sin excesivo sentido y desvía la mirada del análisis que parece plasmar. El resultado final es ciertamente desconexión bajo apariencia.



Damos por finalizada una otra fase y nos presentamos en la Gala de la Federación Méliès en donde se otorgaron los premios del año. A destacar el Méliès d’Or al mejor largometraje a Cerdita, film nacional que hemos podido disfrutar durante el festival. Todo un logro.

Tras los galardones, el evento finalizó con la proyección del film Ego dirigido por Hanna Bergholm.




Este inusitado coming of age nos cuenta la historia de Tinja, y su forma de enfrentarse a la presión que ejerce su madre para conseguir la “perfección”, así como a la dejadez de su padre.


Todo cuece hasta el punto de proyectarse en un huevo, que irá creciendo a medida que su presión aumenta y acabará eclosionando de una forma poco constructiva pero a la postre inevitable.


Se juega con el concepto del pensamiento mágico, solo que eliminándole lo de “mágico” y añadiendo un toque de Cronenberg y su Cromosoma 3, algo muy interesante y determinante en el desarrollo de la historia. En definitiva, Ego es un film con una fuerte perspectiva de género que consigue sus objetivos notablemente.    



Seguimos…



Por Silvia García Palacios